Cinco razones para creer en Dios (1. La Hiperinfinitud del Universo en el Espacio)
Publicado en El Universal (VEN) el 2 de junio de 2013
Hay dos Nociones de Dios claramente distintas y cuya diferencia conviene enfatizar. Porque basta con que una de ellas sea absolutamente incontrovertible, para que nuestras vidas tengan sentido y, sobre todo, para que nuestro Espíritu pueda encontrar algún asidero. Sentido o asidero que no son nada fáciles de lograr en esta Tragedia Profunda que es Lo Humano.
Una de esas dos Nociones es la de Dios como Creador del Hombre, del Universo y de todo lo que existe. Respecto de ella es perfectamente planteable la posibilidad y aun la más plena libertad de Creer o no. Es (sólo) respecto de esta primera Noción de Dios que puede tener igual sentido el Creer o no, el ser Creyente o Ateo. Y cada uno de los dos bandos -con la misma fuerza- puede juzgar inconsistentes las posiciones del otro. Y cada uno puede reforzar sus convicciones cuanto desee… ¡¡que para eso, precisamente, es el Libre Albedrío!! Pero no es esa la Noción de Dios a la que yo quiero referirme.
La que me interesa es la otra, ¡¡aquella ante la cual no tenemos el más mínimo margen de Libertad!! y que se nos impone de manera indiscutible: Dios como el Misterio Absoluto, radicalmente inescrutable, que rodea nuestra Existencia y en el que ésta se incrusta. Un Misterio quíntuple que -con toda seguridad- ninguna ciencia podrá resolver jamás (dicho esto con una certeza cercana al fanatismo, pero ferozmente ajena a él). Un «Misterio Quíntuple», digo, porque hay cinco razones poderosas, cinco esferas en las que Dios se manifiesta de manera contundente y que nos eliminan la disyuntiva de Creer o no. Cinco Razones que convierten a Dios, no en un Dogma de Fe, ni en una Creencia, sino en una Realidad, una Realidad Incontrovertible ¡¡que está muchoMás Allá de cualquier Ciencia, Lógica o Pensamiento Racional!!
Esas cinco Razones (con un pequeño Crescendo entre ellas en cuanto a la fuerza o la profundidad insondable que cada una tiene), esos Cinco Motivos para creer en Dios, decíamos, son: 1) La Infinitud Absoluta del Universo en el espacio. 2) La Infinitud Absoluta del Universo en el tiempo. 3) La Infinitud Absoluta de cada uno de los Espíritus Individuales. Mas (referida a estas primeras tres Razones) nuestra radical imposibilidad de captar el Sentido Último ni del Universo ni de nuestro Espíritu, por más que todas la Ciencias -las del Cosmos y las de la Psiquis- puedan desarrollarse. «Razón» por la cual hablaremos, más que de Infinitudes Absolutas, de Hiperinfinitudes Radicales. 4) Nuestra indudable posibilidad de Crear el Bien; de imponérnoslo volitivamente a nosotros mismos. Y, 5) la incuestionable capacidad del Espíritu Humano para trascender esas cuatro limitaciones y acceder a la Esfera de lo Absoluto.
La primera de estas Hiperinfinitudes -y la más «sencillita»- es la del Universo en el Espacio. Basta llegarle a esa Hiperinfinitud «Simplona», a esaInacababilidad Material Radical, basta acceder a la certeza de que el Universo no se acaba jamás, que podemos estar viajando en la misma dirección, a una velocidad trillones de veces superior a la de la luz, durante cuatrillones de años, con la certeza infalible de que el Universo ¡¡jamás se nos acabará!! Pero, sobre todo, basta imaginarse la Nada Aterradora que vendrá después, la que se aparecerá ante nosotros, si por fin -mil novecientos quintillones de mileniosmás tarde, repito, a la velocidad de la luz- lográsemos llegar a los confines del Universo; bastaría con ello, con la visión de esa Nada Infernal, decíamos, para empezar a Creer en Dios. Se acabó el artículo con sólo una de las Razones. Continuaremos.
2. Dios y la Hiperinfinitud del Tiempo
Puiblicado por Emeterio Gómez en El Universal (VEN) el 9 de junio de 2013.
En mi artículo anterior, hablando de Dios, asomé la idea de la Hiperinfinitud Espacial del Universo. Intento acuñar la idea de Hiperinfinitud para referirme a las Infinitudes Reales, las que sobrecogen y aterran, no a las Formales, como las de los números… ¡¡que no asustan a nadie!! Los números ciertamente son infinitos, pero eso no le importa a nadie. La Hiperinfinitud Espacial del Universo, en cambio, es esa certeza impresionante de que él no se acabará jamás, que no puede acabarse ¡¡ni podemos pensar siquiera que se acabe!! Porque si se acabara… sin la menor duda seguiría… ¡¡continuaría!! Ese Hiperinfinito aterrador, ese Misterio Absoluto, nos conecta con Dios. Porque Éste, es nuestro único asidero ante esa dolorosa, radical y definitiva incapacidad nuestra para entender ¡¡la inexistencia de Confines en el Cosmos!! Porque aunque dichos confines existieran, el Cosmos, sin la menor duda, iría más allá de ellos. Hagamos juntos el esfuerzo, de aproximarnos a esteMisterio Infinito, porque ello -repito-, ello nos ayudaría a acercarnos a Dios.
¡¡Pero mucho más aterradora que la Hiperinfinitud del Espacio es la del Tiempo!! La certeza absoluta de que -tampoco en él- el Universo empezó, ni terminará jamás. Porque si hubiese empezado en algún momento, podemos estar seguros de que ya, antes, existía; porque si hubiese surgido de una Nada, es obvio que esa Nada ¡¡ya ERA Universo!! Y exactamente lo mismo si pensamos hacia el futuro: igual sobrecoge saber que el Cosmos jamás dejará de existir. Que si en lugar de una Nave Espacial tuviésemos una Nave Temporal, podríamos viajar eternamente hacia el pasado y hacia el futuro, en la Certeza de que nuestro viaje jamás terminará. ¡¡Porque el Cosmos es lo único que jamás empieza ni termina!! Porque subsistiría la pregunta ¿qué había antes o habrá después?, y la respuesta será siempre que «ÉL Mismo». Intentemos imaginar ese Universo eterno, flotando al garete… en otro Universo aún mayor y más eterno. Y pensemos por un instante que Dios no pudo haber creado «Eso» (no pudo haber creado «Algo Así») porque siempre subsistirá la pregunta necia: ¿qué había antes de que Dios lo creará todo? Porque sin duda «Algo» había. ¡¡Porque no podía no haber Nada!! Pero pensemos también que, tal como dijo Wittgenstein: Dios es nuestra única posibilidad de darle algún pequeño sentido a tanta Loquetera.
Pero no es la hora de Wittgenstein sino la de Nietzsche. Repasemos ese demoledor párrafo suyo en el que -a pesar de no haber entendido nada acerca de Dios- hace de Éste la semblanza más profunda que conozcamos; a pesar, repito de su ateísmo zonzo: Dios como la Hiperinfinitud del Tiempo, como ese Misterio que no podemos siquiera imaginar, pero que Nietzsche captó: «En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la Historia Universal: pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza, el astro se heló y los animales perecieron. Alguien podría inventar una fábula semejante pero, con todo, no habría ilustrado suficientemente cuán lastimoso… es el estado en que se presenta el intelecto humano dentro de la naturaleza. Hubo eternidades en las que no existió; cuando de nuevo se acabe todo para él, no habrá sucedido nada, puesto que para ese intelecto no hay ninguna misión ulterior que conduzca a ningún más allá». (F. Nietzsche, Sobre Verdad y Mentira en sentido extramoral, Ed. Tecnos, pág. 15).
3. Dios y la Hiperinfinitud del Espíritu
Publicado por Emeterio Gómez en El Universal (VEN) el 16 de junio de 2013.
En mis dos últimos artículos analicé la imposibilidad humana de entender la Infinitud Absoluta -tanto Espacial como Temporal- del Universo; esaInterminabilidad Radical que nuestra mente no puede, ni podrá jamás captar… ¡¡por más que se desarrollen todas las Ciencias y todas las Astrofísicas!! Porque sólo imaginar -no explicar, sino siquiera imaginar- que el Cosmos no empezó nunca ni terminará jamás, ni en el Espacio ni en el Tiempo; sólo eso, nos aterra profundamente (y a quien no le aterre, bien, «chévere», felicitaciones). Que es el marco supremo que sintetiza la más radical carencia de sentido de Lo Humano. Un Sinsentido que sólo la Noción de Dios puede en cierta pequeña medida suavizar; un Dios que, ¡¡al menos en el plano de la Naturaleza!!, sería la expresión aproximada de todas aquellas Hiperinfinitudes.
Pero ellas dos: la Inescrutabilidad del Tiempo y la del Espacio, son apenas nuestro «problema menor», las dos Fuentes «menos infinitas», los dos orígenes mas pequeños de la angustia y de la carencia de sentido de todo; nos falta aún confrontarnos con la más profunda de las Hiperinfinitudes que nos impiden captar lo esencial de nuestro propio Espíritu. Que es mucho más horrenda y aterradora que todo lo horrendo y aterrador que el Universo, el Espacio y el Tiempo pueden ser. Aunque sólo sea porque la Hiperinfinitud Espiritual contiene forzosamente a las otras dos, porque tiene que hacerse cargo de ellas, porque tiene que lidiar con la Hiperinfinitud espacial y temporal del Cosmos. Porque, además, ¡¡nuestro Espíritu tiene que asumir su propia Inescrutabilidad… !! Que es mucho más profunda e impenetrable que todo lo que podamos atribuirle, espacial o temporalmente, al Cosmos.
En lo esencial, porque el Espíritu tiene que vérselas con la Dimensión Moral y,peor aún, ¡¡con la Dimensión Existencial de Lo Humano!! Que son infinitamente más complejas e indescifrables que la de Lo Natural. Porque el Tiempo y el Espacio, que hacen inescrutable al Universo -después de todo y mal que bien- son Esferas de la Naturaleza que, comparada con el Espíritu, ¡¡tampoco asusta demasiado!! Tal como decíamos en nuestro artículo anterior de la infinitud de los números, que por algo se llaman precisamente «naturales». Porque con la Naturaleza sabemos a qué atenernos, porque ella no tiene la menor posibilidad de «ir más allá de sí misma», porque no puede trascenderse en lo más mínimo; «razón» por la cual es objeto de Ciencia (y gracias Dios mío que por fin lo entendí).
¡¡Porque ella -o en ella- no se toman decisiones!! Que es lo que realmente define la complejidad de Lo Humano. El día que un árbol decida desviar una de sus ramas o un toro decida embestir o no, ese día de verdad estaremos fritos, ese día redescubriremos una Inescrutabilidad -y una Noción de Dios- infinitamente más profundas e insondables que todas las que hoy conocemos… o más bien intuimos. Porque ella, la Naturaleza, no puede ser sino lo que ES. Por eso en ese verbo y ese sustantivo (el SER) se centraron Platón y Aristóteles. ¡¡Por eso no pudieron entender absolutamente nada de Lo Humano!! Por eso Platón confesó esa incapacidad al declarar que la Ética, el Bien y todos los Valores se ubicaban Epekeina tes Ousias, «más allá de los conceptos». Por eso el Espíritu Humano es infinitamente más infinito que el Cosmos, porque aquél Toma Decisiones y Crea, en tanto que éste no hace ni lo uno ni lo otro. Por eso el Alma Humana es nuestra mejor aproximación a Dios. Por eso a Ella, a su capacidad de Crear -y a su Hiperinfinitud- les dedicaré varios artículos.
4. Cuarta Razón para creer en Dios
Publicado por Emeterio Gómez en El Universal (VEN) el 28 de julio de 2013.
Habíamos desarrollado, hace algunas semanas, los tres primeros artículos de una secuencia, Cinco Razones para Creer en Dios, que interrumpimos por la presión de temas un poco más urgentes. Retomemos entonces aquella secuencia, reforcemos aquellas primeras tres razones, que a continuación resumimos muy apretadamente: 1) La Hiperinfinitud del Universo en cuanto al Espacio atañe; 2) Ídem, en cuanto al Tiempo atañe; y, finalmente 3) la Hiperinfinitud del Espíritu. La cuarta es la posibilidad cierta de imponerle valores morales a nuestro Espíritu. Porque no es, como tendemos a pensar o como se nos ha hecho creer, que «tenemos» valores, casi de la misma forma que decimos que «tenemos un hígado o una vesícula». Ni es tampoco que esos Valores, desde una instancia externa a nosotros -la Religión, las Iglesias, la Cultura, la Sociedad o la Tradición- se nos imponen. Nuestra Dimensión Ética no «está» en absolutamente ninguna parte, la Creamos nosotros cuando decidimos imponernos esos valores. Tampoco es que «nos nace» respetar a los demás, ser honestos, piadosos o solidarios, como si nosotros fuésemos un terreno fértil en el que «nacen» cosas.
El Espíritu -como Expresión de Dios- es más bien un ente radicalmente misterioso, absolutamente inefable, en el que nosotros podemos Crear y depositar el Bien, la Piedad o la Honestidad. Porque a diferencia del cuerpo, en el que todo está dado, en el Alma no hay de antemano ninguna realidad. Nada más disímil de nuestro Cuerpo que nuestro Espíritu. Nada más ingenuo que creer que nuestros Valores nos vienen «De lo más profundo de nuestro Ser». O que la Ética se ubica en la «Naturaleza más insondable de dicho Ser». En el Cuerpo hay órganos, vísceras, glándulas y lóbulos cerebrales… en el Espíritu, en cambio, no hay absolutamente nada. Él es, única y exclusivamente, «Una Pura Posibilidad de Ser». De allí, dicho sea de paso, uno de los errores más graves y desorientadores, que afectan las raíces más hondas de la Filosofía y de la Civilización Occidental: la pretensión de aplicarle al Espíritu o al Alma, las mismas Categorías, los mismos Conceptos y la misma Lógica que le aplicamos a la comprensión del Cuerpo. Y hablamos entonces del «Ser» Humano, con la misma «Naturalidad» que hablamos del Ser de un alacrán, una selva o un bombillo.
Es la Creencia, tan profunda como lamentable, según la cual el Espíritu tiene una «Manera de Ser» definida ¡¡y cognoscible!! O, peor aún, es la Creencia según la cual es deseable y superior el tener una personalidad definida y predecible… ¡¡para que todo el mundo sepa a qué atenerse con nosotros!! Cuando lo realmente fascinante es que podemos vivir de manera permanente luchando para imponerle a nuestro Espíritu esos sentimientos nobles y hermosos que le dan a la vida un nivel superior. Esa condición maravillosa ¡¡que no tiene absolutamente nada que ver con la Naturaleza!! Que no tiene ningún Ser, sino que puede «ser» -dentro de ciertos límites- lo que se proponga ser. Esa posibilidad de superarnos, de elevar nuestros sentimientos más nobles, de llegar a sentir que de verdad podemos Amar al Prójimo, que este sentimiento no es nada natural, sino que es, precisamente, la manifestación más contunden- te de la Noción de Dios. El descubrir que Éste tampoco es ninguna entidad sobrenatural en la que tengamos que creer a ciegas, o «para poder salvarnos», sino que Él es una realidad tan palpable como una montaña o un camino. Que Dios es, simplemente, la posibilidad de sentirnos Uno con la Hiperinfinitud del Universo, tanto en el espacio como en el tiempo.
5. La quinta razón para creer en Dios
Publicado por Emeterio Gómez en El Universal (VEN) el 4 de agosto de 2013.
Que es, por supuesto, la más importante, la superación de las cuatro anteriores. Las dos primeras: La más absoluta Infinitud del Universo en el Espacio y en el Tiempo; la certeza de que el Cosmos no empieza ni termina nunca, ni espacial ni temporalmente. Que si viajásemos en cualquiera de esas dos dimensiones, a millones de kilómetros por segundo, durante trillones de milenios, ¡¡jamás se nos acabarían ni el Tiempo ni el Espacio!! Que no podemos siquiera imaginar que se nos acaben porque nuestra mente -ante tan aterrador Misterio– es minimita. Con lo cual, en cierta forma, atentamos contra la propia Noción de Dios: Porque si el Universo es así de Hiperinfinito, podemos deducir ¡¡que nunca fue creado!! Que no podemos siquiera especular que alguna vez no existiera. Porque si no estaba Él, algo -con toda seguridad- había en su lugar… y ese «algo», aunque fuese el mas Absoluto Vacío o la Nada más Profunda, era ya el Universo. Porque, de verdad, la posibilidad de su Inexistencia es el límite de nuestras mentecitas.
La tercera Razón es la Hiperinfinitud de nuestro Espíritu, mucho más poderosa que las dos anteriores: Porque ella implica, nada más y nada menos, que la Posibilidad de Crear, ¡¡la posibilidad de Crear a partir de la Nada!! Porque cuando una mujer -o una pareja- optan entre abortar o no, descubren que hagan lo que hagan, crearán un mundo, una vida nueva (o no) y un determinado curso para sus propias vidas; que habría podido ser radicalmente otro. Y la sola idea de Crear, es más maravillosa -o, más aterradora- que toda la Infinitud del Tiempo y del Espacio. Y allí está ya la Cuarta Razón para Creer en Dios: la certeza de que podemos imponernos el Bien, la Bondad, la Piedad y cualquier otro Valor Moral. Pero mucho más aún, la certeza de que podemos imponernos nuestros sentimientos, nuestras pasiones y emociones, que en alguna medida podemos hacerlo y que en todo caso, es un asunto de entrenarse, de lo que los primeros estoicos llamaban la Techne de Sí, la posibilidad de construirse como Ser Humano.
La Quinta Razón para Creer en Dios, como ya dije, es la Síntesis y la Superación de las cuatro anteriores. Es descubrir que somos Entes Absolutos, que no tenemos ninguna Manera de Ser, que no es que nuestros Sentimientos y Valores están o residen en lo más Profundo de Nuestro Ser -como tontamente repetimos- sino que más bien ¡¡no tenemos ningún Ser, que somos una Pura Posibilidad de Ser!! Un Fluir Eterno, como ya sabía Heráclito, hace 2.600 años. Pero, sobre todo ¡¡un fluir eterno que puede influir sobre sí mismo, que puede construirse a sí mismo!! Que tiene, por supuesto, un componente animal, pero que puede imponerse sobre él. ¡¡Que no es fácil, pero es posible!! Que podemos pasar de la Estética a la Ética como la Dimensión suprema de Lo Humano, muy por encima de aquella. Nuestra posibilidad de Crear el Bien, ¡¡que es mucho más noble y hermoso que la Belleza!! Por encima de todo lo cual está nuestra Dimensión Plena, la que nos acerca a Dios: ¡¡la Religión!! Descubrir que puedes hacer del Crecimiento Espiritual un ejercicio permanente.
Es redescubrir finalmente aquellos viejos versos de Antonio Machado (cantados por Serrat), que ponen la idea básica de Lo Humano en el Puro Pasar: «Caminante, no hay camino; se hace camino al andar; al andar se hace camino y al volver la vista atrás, vemos la senda que no volveremos a pisar. Caminante no hay camino, sino estelas en la mar». O este otro bello fragmento: «Todo pasa y todo queda pero lo nuestro es pasar; pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar».